Salimos de casa con la intención directa de despejar nuestra mente de nuestra rutina diaria, nos dirigimos a dar un paseo, a que, como se dice, “nos dé el aire”. Buscamos relajación, evadirnos de lo que en el momento consideramos nuestras obligaciones, y nos dirigimos hacia esos rincones que nos ayudan a relajarnos y nos hacen sentir bien, en paz mental.
Pues bien, de los rincones que podemos escoger para alcanzar esa tranquilidad bien podría llevarnos hasta los museos. Estos edificios nos ofrecen multitud de beneficios, ya no solo por la información histórica de lo que allí se guarda, sino por el bienestar que proporciona el verse arropado por tanto arte. Llego hasta aquí porque me gustaría dedicarle un artículo a los museos, ya que son lugares que dentro de la importancia de la conservación artística, se encuentran en el primer nivel.
Ahora bien, lo que entendemos como una visita rutinaria a un museo durante un viaje exprés, o las recomendaciones ineludibles que convierten visitas de ocio en algo obligatorio, puede cambiar a la vez que nosotros optemos por valorar el contenido de dicho inmueble, y beneficiarnos de una manera abierta de todo lo que nos puede proporcionar. Un museo se puede mirar de muchas maneras, incluso desde el punto de vista íntimo. Es más, las visitas a estos edificios bien podrían calificarse de relajación e inspiración, para iniciar cualquier acción posterior en tu vida. Un lugar de reflexión que te ayude a pensar, y al que poder volver las veces que te apetezca.

Son muchas las personas que acuden a estos edificios de forma pasajera, sin ver nada más que las obras de los principales artistas, pararse ante ellas y volverse para mirar otra. Así sucesivamente hasta quedar con la cabeza colapsada por composiciones y artistas de todas las épocas. Propongo ante esto lo siguiente: entremos a los museos con la mentalidad de no verlo todo “obligatoriamente”, sino de disfrutar el momento ante la obra en concreto que mejor te parezca. Sentarse en unos de los bancos de las salas y observar desde allí la pintura o escultura. Pensar ya no solo en qué simboliza, sino primeramente en su ejecución, dejar volar tu mente. ¿Os imagináis las obra en el taller durante su realización?, también la vida de ese autor, si sabemos su nombre, ¿Cómo sería su vida, esa que difícilmente la podemos encontrar en un libro? Y si es una obra anónima, con más ahínco aún para transportarnos a otras épocas y valorar sus características.
También podemos dejarnos llevar y realizar bocetos rápidos de alguna de esas pinturas o esculturas. No son pocas las personas que han realizado esta acción, entre ellas me encuentro. Se conecta plenamente con la obra, nos ayuda a conocerla de primera mano y a valorarla como tal, dejándonos tiempo para pensar en nuestras cosas mientras tanto.

Estos momentos pueden convertirse en beneficios para nosotros, acercarnos más al mundo de lo artístico y aportarnos momentos de intimidad con nosotros mismos, o si lo preferimos, en diálogo con las obras de arte o piezas artísticas que allí se encuentran.
Con esto me gustaría llegar a la conclusión de cómo podemos valorar el arte que tenemos a nuestro lado. Los museos son ejemplos de conservación, aunque las obras se encuentren descontextualizadas, y las veamos ordenadas por siglos en distintas salas. Lo cierto, es que son principales promotores de hacernos llegar la cultura, e invitarnos a que nosotros obtengamos sus beneficios de múltiples maneras.
Natividad Poza Poza. Conservadora y Restauradora de Bienes Culturales.