Cuando nos lanzamos en busca de la cultura, disfrutamos visitando las obras y nuestro patrimonio. Todo está preñado de historia, nuestras calles rezuman a través de sus piedras siglos y siglos de acontecimientos. Como grandes reliquias que nos sumergen en el pasado, nos encontramos nuestros bienes patrimoniales como una gran puerta a nuestros orígenes, se muestran imponentes ante nuestra mirada asombrada y estupefacta.
Disfrutamos paseando por un entorno monumental sin igual, o se nos van los ojos detrás de composiciones asombrosas de innumerables colores y formas, que conforman nuestro patrimonio mueble. Las siluetas sinuosas de algunas pinturas o esculturas nos cautivan, dejando volar nuestra mente por unos segundos, evadiéndonos de todo eso que al salir de aquello, volverá a nuestras mentes ajetreadas. Son grandes momentos, momentos únicos que nos proporciona el estar en una cultura tan rica de matices. Para quienes lo sepáis aprovechar, seréis afortunados, con tan poco, sentir tan buenas sensaciones.
Ahora bien, en este artículo vamos a realizar un viaje al pasado; la reflexión de este mes consistirá en centrarnos en la vida de los autores de estas obras. Acompañadme a conocer este nuevo camino que os muestro, y que os invito a reflexionar conmigo.


Nuestro patrimonio, ya sea mueble o inmueble, se encuentra ahí por un objetivo en concreto, el arte si así lo queremos llamar de forma generalizada, no se hizo por “amor al arte”, como dice el dicho. Este arte que nos rodea se realizó a través de grandes profesionales en la materia, que trabajaban en ello para ganarse la vida.
Detrás de todas y cada una de las obras que vemos hoy en día, hay una vida, o la de muchos trabajadores, que a su vez también tenían una vida que mantener. Vamos a valorar el valor artístico desde lo más puro de su origen. ¿Quiénes se encontraban detrás de todo este patrimonio? Familias enteras. Todos trabajaban en el mismo oficio familiar. Talleres al completo llenos de familiares, y jóvenes aprendices que venían recomendados por otros grandes artistas. Trabajo, esfuerzo y superación eran las principales premisas por las que se regían. El objetivo, poder vivir.
Las grandes obras, como los retablos eran ejecutadas por partes y por diversos artistas, llamados en esos momentos artesanos. La talla se hacía en talleres o “in-situ”, trabajando a los pies del retablo mayor, montando un taller improvisado y temporal en el que todo era un ir y venir de escultores, policromadores (en su mayoría pintores de grandes obras que hoy conocemos), y doradores.
Entre medias de toda esta gran amalgama, que sin duda tenía un orden estricto, nos podríamos encontrar grandes nombres conocidos, como Juan Martínez Montañés, Valdés Leal, Murillo, Pedro Roldán, José Montes de Oca, Matías de Brunenque y Velasco, José Felipe Duque Cornejo y su hijo Pedro Duque Cornejo…sin olvidarme de grandes mujeres como Luisa Ignacia Roldán Villavicencio, que empezó en el taller familiar y emprendió su propia carrera como escultura, o su madre Teresa de Mena y Villavicencio, y todas sus hermanas; Teodora Manuela, María Josefa (escultora), Francisca Antonia (policromadora), Isabel (ahijada de Valdés Leal, no se tiene noticia de que siguiera con el oficio), Teresa Josefa (escultora, se casará con Manuel Caballero, natural de Cazorla), y Ana Manuela (escultora). Y hermanos; Pedro Mauricio (escultor), Manuel Fulgencio, Marcelino José (escultor), y Pedro de Santa María (escultor).
Me centro en este gran taller, el de los Roldán, porque casi nunca se nombra esta gran familia al completo los cuales todos participaban en las tareas del taller, excepto algunos nombres que no se tienen datos, ya que pudieron fallecer más jóvenes. Un gran ejemplo de supervivencia, que se guarda tras su producción artística, a la que casi siempre el principal nombre era el de Pedro Roldán.
En el caso de Luisa Ignacia Roldán, fue una lucha continua contra un mundo claramente de hombres, al que al final su producción le dio la razón, llevándola hasta ser la primera mujer que ocupó el puesto de “Escultura de la Corte”, en Madrid. Aún así, sus avatares de vida no fueron pocos. Se casó con Luis Antonio de los Arcos, pese a la prohibición rotunda de su padre, tuvo niños, algunos de ellos no consiguieron sobrevivir. Se mudó a Cádiz a trabajar junto a su marido y de allí, consiguió llegar a la Corte de Madrid, donde se mudó a un conjunto de viviendas que la Corte tenía reservada para los que trabajaban en Palacio. No por eso dejaba de pasar necesidad, y al morir, después de las innumerables cartas que mandó al Rey y que no recibían respuesta, murió sumida en un estado de pobreza, rodeada de obras que no consiguió vender al final, y de las que se ocuparon sus hijos posteriormente. Algunas de ellas actualmente enclavadas en conventos.
Y, ¿sabéis qué?, la vida es caprichosa, así que a Luisa le aguardaba una última sorpresa. El mismo día de su fallecimiento, el 10 de enero de 1706, fue reconocida como miembro de mérito de la Academia di San Luca de Roma.


Como veis la vida entre obras, no era nada fácil. Las distancias eran recorridas en carros, tirados por burros o caballos, y todo lo que eran sus vidas, iba ahí metido. Distancias largas y viajes que duraban semanas, incluso meses. Si nos fijamos en otro exponente aquí en Jaén, como es Andrés de Vandelvira, arquitecto, se pegó toda su vida viajando por la provincia, realizando obras arquitectónicas muy afamadas, como nuestra Catedral de Baeza (aunque no la pudo ver acabada), o la Catedral de Jaén. Y civiles, como el Puente Ariza. Pasaba su estancia en esas ubicaciones en posadas, o en mitad del campo, donde montaba un pequeño campamento junto a los trabajadores. Ahí se pasaban los meses… deberían de llevar todo lo necesario para poder sobrevivir en esas condiciones, muy precarias.
Esta es otra forma de mirar el arte, ya sea de la índole que sea, pararse a pensar en cómo vivían en esa época, quiénes eran sus autores…, reflexionar sobre todo lo que hay detrás de la realización nuestro patrimonio.
Ante esto que hemos comentado, invito a que os acerquéis a los autores y comprendáis mejor el arte, así como el esfuerzo que estos han invertido en su realización, y sigáis pensando en estos temas cuando os encontréis delante de cualquier obra. Muchos nombres, muchísimos y muy importantes, se me quedan en el tintero. Pensad en cualquier otro artista, ya sea hombre o mujer, la vida de la mayoría de ellos no ha sido nada fácil, muchos murieron en la más absoluta pobreza. La magia la encontramos en que ellos ya no están, pero somos afortunados de poder convivir actualmente con la producción artística de todos ellos. Conservemos su legado, nuestro patrimonio.
Natividad Poza Poza. Conservadora y Restauradora de Bienes Culturales.