Hoy os presento a mi compañera y amiga Paula Bauzá, es una enorme suerte haber podido trabajar con ella, por su paciencia, dedicación, generosidad y sabiduría, ella estudió conmigo el grado de Conservación y Restauración de Bienes Culturales y actualmente está realizando un Máster universitario de Conservación y Restauración de Bienes Culturales. Una de sus numerosas especialidades en su línea de trabajo es el material óseo, os dejo con sus conclusiones, experiencias y el gran valor de sus palabras, y espero que disfrutéis de su lectura.
«Os invito a echar un vistazo rápido por la mirilla de la conservación y restauración de bienes culturales, para presentaros uno de los primeros materiales arqueológicos que vienen a la mente al hablar de excavaciones, los huesos.
El material óseo ha sido desde tiempos remotos objeto de gran curiosidad por parte de la humanidad por formar parte del propio ser humano, por las propias etapas evolutivas desde el Australopithecus y por el misticismo que envuelve su valor simbólico relacionándolo con la muerte.
En cuanto a la metodología que se sigue para tratar huesos arqueológicos, se debe empezar por un examen organoléptico previo, es decir, comprobar con los sentidos (principalmente con la vista) el aspecto general del hueso, e identificar los daños para así más adelante poder hacer una diagnosis de las causas de alteración.
Por otra parte, es fundamental toda la investigación bibliográfica, es decir, las fuentes históricas, consulta de archivos y posible ficha técnica si la hay; para posteriormente realizar la documentación fotográfica correspondiente, y así dejar testimonio del estado en el que se encuentra el hueso.
En esta documentación fotográfica se incluye la fotografía de tipo infrarrojo, luz rasante, macrofotografía, rayos X, etc., todo aquel registro que sea de utilidad para caracterizar el material óseo.
Tras la valoración y análisis de todos los datos recopilados, se debe realizar un mapa de daños, es decir, un croquis que refleje y ubique las patologías que tiene para distinguirlas con precisión y poder intervenir consecuentemente en cada una.
La propuesta de intervención final, dependerá por tanto de los datos recogidos previamente ya que, por ejemplo, será una intervención distinta si se trata de huesos de dinosaurio, de animal o humanos.
Durante la intervención en sí, se ha de tener a mano un cuaderno de campo para ir anotando los procedimientos y los resultados de las pruebas que se realicen, ya que hay muchas a tener en cuenta antes de aplicar cualquier producto.
La decisión de intervenir y el nivel de intervención se basa en el objetivo (es decir, si el museo o propietario prefiere una intervención mínima, lo justo para que el hueso o huesos se mantengan estables, o bien prefieren una intervención completa a detalle), depende del presupuesto, del sistema expositivo, los materiales, el tiempo disponible, etc., más de un simple factor a tener en cuenta.
En cuanto a los tratamientos de intervención, destaca el sistema de limpieza, que comenzará con unas pruebas de solubilidad con agua, alcohol, y acetona, o bien realizando mezclas entre ellos.
Se realizará una limpieza química sólo en casos muy extremos, usando también sistemas más invasivos como la inmersión o aplicación directa con pincel e hisopo. Además se puede emplear un sistema de empacos, es decir pastas absorbentes que pueden ser de sepiolita, pastas de celulosa y geles.
En caso de que sea necesario adherir fragmentos, se procederá a adherirlas con un adhesivo reversible, y si hay fisuras pequeñas o descohesión a nivel estructural, se usará un consolidante compatible y adecuado con el tipo de material.
Tras la consolidación o unión de las piezas, si es necesario realizar una reintegración volumétrica para rellenar los faltantes, se utilizará una masilla adecuada ya sea de elaboración propia o comercial. Estas reintegraciones volumétricas se pueden completar con una reintegración cromática para adaptar la tonalidad de la masilla a la del hueso hacia un tono más similar.
Es necesario destacar, que hay más de un tipo de reintegración cromática, por ejemplo, encontramos la reintegración mimética (también conocida como ilusionista) cuyo objetivo consiste en que no se aprecie la diferencia entre la reintegración realizada y el tono original del hueso.
Por otra parte, también está la reintegración cromática con puntillismo, y tratteggio que consiste en reintegrar pintando pequeños puntos o rayas respectivamente, que no aprecien a simple vista pero que se pueda distinguir de cerca donde está la reintegración y el original para evitar así hacer “falsos históricos”.
Es importante mencionar que esta es una descripción general de la metodología a seguir en los tratamientos de restauración de hueso, sin embargo, de cara a un caso práctico se ha de consultar con un profesional conservador-restaurador para llegar a intervenir, ya que sin los conocimientos necesarios los restos óseos pueden convertirse en el nuevo Ecce Homo.»
Texto y fotografías cedidas por Paula Bauzá Rodríguez.