Lo dinámico, lo que hace interactuar con el espectador, con el visitante, lo atrayente. En el momento de visitar una exposición que sin lugar a dudas nos dejará asombrados, buscamos esa conexión. Os traigo en este nuevo artículo el Palacio Belvedere, ubicado en Viena. En mi visita de este verano pude ver su amplia colección. Multitud de pasillos transitados por centenares de turistas, nos muestran una de las colecciones más conocidas de Austria.


Ante tantas visitas de personas que se acercan a ver las obras, se me vino a la cabeza cuál podría ser la seguridad que tendrían estos sitios. Hasta ahora la ciudad me estaba resultando muy distinta a lo que conocía, sobre todo en lo que a formas se refiere. Los museos no iban a ser menos. Salvando lo que todo el mundo conoce como el vigilante de sala, que también se hacía alarde de ello en cada una de sus estancias, observé o más bien de primeras escuché, un cierto pitido de alarma que se repetía de forma irregular y en algunos momentos. Pronto pude darme cuenta de que cuando algún visitante más curioso se acercaba mucho a una obra, sonaba un pitido que hacía que repentinamente esta persona diera un paso atrás, siendo observado al momento por el resto de visitantes de la sala. Algunos igualmente atónitos, pero ya advertidos.
Merodeé por las estancias y encontré que en los rincones existía un detector de movimiento. Este hacía proyectar un haz que a simple vista no podía detectarse y que abarcaba desde la esquina, a través de todo el perímetro de la pared, y si intentabas acercarte demasiado cruzando ese perímetro, saltaba la alarma. De esta manera, todo el mundo se iba dando cuenta de cuál era el sistema de vigilancia que tenían las obras, y se lograba mantener la seguridad en todo el recinto. Y funcionaba, a las mil maravillas. Las personas por pudor a ser advertidas y puestas en evidencia, mantenían las distancias correctas con las obras expuestas ¡Chapó!


Es todo cuestión del prisma del que se miren las cosas. La verdad es que funciona muy bien, y nadie a día de hoy se ha quejado de nada, ni de los pitidos emitidos por los sensores, en un lugar de silencio como son los museos. Se acepta simplemente, por el bien de las obras.
En seguridad esto es algo que me pareció formidable, pero en difusión me dejaron alucinada con la manera tan amena de transmitir las cosas, en definitiva, hacerlas más cercanas al visitante. En una de sus salas se mostraba la restauración de un tríptico. Este se ubicaba en medio de la sala, perfectamente conservado después de su intervención. Justo al lado, una gran pantalla. En ella podías ver en imágenes y estupendamente explicado todo el proceso de restauración que había tenido esta obra, sin duda era una maravilla. Podías acceder a sus radiografías, reflectografías infrarrojas, y a todo un lujo de detalles de la intervención de forma virtual y táctil. Una forma muy cómoda y directa de tener todo ese proceso en tus manos.


De igual manera se acuerdan de las personas impedidas, en este caso de las personas con discapacidad visual. Grandes piezas sacadas en impresoras en 3D recrean algunas de las obras de arte más particulares de las salas, descritas con el texto adaptado. Con las manos pueden ir adquiriendo toda la información de estas obras seleccionadas.


También me he encontrado con paneles de cartón explicativos. Estos nunca dejarán de tener la importancia de mostrar el avance en fotografías y textos de cualquier intervención patrimonial que se haga. Deben de seguir existiendo. En este caso, se trataba de las obras de restauración acometidas en la Abadía de Melk, que también pude visitar.


Como ya he comentado en anteriores artículos, la difusión es pieza clave de la restauración, es necesario acercar los distintos procesos para que se entiendan todos ellos, enseñando cómo es el trabajo diario en la profesión del Conservador Restaurador. De esta manera se valorarán mejor todos estos actos y el saber conservar, porque no se conserva lo que no se entiende ni se conoce.
Natividad Poza Poza. Conservadora y Restauradora de Bienes Culturales.