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Un mundo que sigue esperando una revolución

¡Buenas tardes a todos y todas! ¿Cómo estáis llevando el frío queridos lectores/as? Este mes os traigo a un nuevo invitado a esta sección el cual, me hace mucha ilusión presentaros.

Él es Manuel Tejera, natural de Cantabria, pero se instaló en Madrid con 17 años. Este mocatriz asistió a su primer casting con 14 años de la mano de su abuela. Sirve lo mismo que para un roto que para un descosido y es que, Manuel es actor, diseñador gráfico y director de escena. https://www.manueltejera.com/

Y os preguntaréis ¿Qué tienen en común estos dos? o ¿Cómo se han conocido? El mundo del espectáculo nos unió y espero que no sea ni la primera ni la última vez que trabajemos juntos y coincidamos en un espectáculo. Gracias a la creación y producción de la obra teatral El beso de la mujer araña, dirigida por Carlota Ferrer y producida por Pentacion nos conocimos. Él era el ayudante de dirección de Carlota y yo el ayudante de producción de Pentación, os podréis imaginar la de tiempo que hemos pasado al teléfono y compartiendo email de lunes a domingo para coordinar y organizar todo el proceso de ensayos, estreno en Avilés y estreno más temporada en Madrid. Hoy en día podréis disfrutar de esta dramaturgia por toda España, debido a que se esta se encuentra de gira.

Por este motivo, me parecía de lo más interesante brindar este espacio a Manuel Tejera para que él nos contase cómo vivió el proceso, cómo, fue su trabajo y porqué no, alguna anécdota como ayudante de dirección. Actualmente se encuentra trabajando como técnico en diversas salas de teatro de Madrid y de nuevo como ayudante de dirección de Carlota Ferrer y actor en la obra Los nadadores diurnos.

Así pues, sin más preámbulos los dejo con él y con lo que desee contaros al respecto. Disfrutadlo.

Como ya os estaréis dando cuenta nada más empezar, estas letras están escritas por un puño cuya caligrafía no reconocéis. Es normal, porque como os ha comentado Nicolás, es la primera vez que escribo para vosotres (y porque reconocer una caligrafía a través de un texto escrito a ordenador aún es muy complicado), así que voy a presentarme de nuevo. Mi nombre es Manuel y se me dan muy mal las presentaciones.

Os voy a poner un poco más en contexto sobre mí. Empecé a estudiar interpretación con 14 años, unos años después comencé con la danza, después con acrobacia… mi carrera como interprete sobre el escenario no dejaba de evolucionar. Hasta que hace un par de años, en un periodo bastante reflexivo a causa de unos problemas graves de espalda y cadera, descubrí que si quería satisfacer todas mis necesidades como artista no podía conformarme con ser únicamente interprete al servicio de historias que no me pertenecían al 100%. Entonces decidí comenzar a formarme como director de escena. Y así conocí a Carlota Ferrer.

Mi primer encuentro con ella fue en un taller vía Zoom. Ella esperó a que todos nos conectáramos a la clase engalanada con una máscara de diablo (literalmente), con una coca cola en la mano y en silencio. Cuando todos estábamos dentro, se descubrió el rostro, nos sonrió y nos preguntó: ¿Qué os ha parecido? Una maravilla. No recuerdo lo que duró ese curso. Quiero recordar que fueron unos cuantos meses. No fue suficiente para mí, pero como yo no soy quién decide las cosas en el universo, el taller acabó y todo siguió su curso como si nada hubiera pasado. Aunque sí que había pasado algo.

A principios de este año llega a mí una publicidad por Instagram en la que se anunciaba que Carlota volvía a dar un taller. Esta vez presencial y en Madrid. No dudé un segundo el enviar un correo y solicitar una plaza. En este taller no nos sorprendió con una máscara. Ahora, sin el inconveniente de la pantalla y la odisea online, la sorpresa fue dos semanas intensivas de mucho trabajo, físico, imaginativo, cooperativo, sensible y muchas cosas más que aún no sé nombrar.

Como es habitual, el taller terminó y unos días después envié un audio de whatsapp a Carlota para agradecerle todo lo que nos había enseñado. Aproveché el audio para ofrecerme como asistente/becario al más puro estilo “chico de los cafés”, en los ensayos de su próxima producción, fuera cual fuese. Yo necesitaba ver cómo era un proceso completo de ensayos y estaba seguro de que ellos iban a necesitar cafés. Me pareció un pacto perfecto. Carlota aceptó. Pasó el tiempo, unas semanas después me llamó por teléfono y me ofreció -producto de varios sucesos y casualidades- dejar el puesto de chico de los cafés y tomar el puesto de ayudante de dirección. Esta vez acepté yo.

El primer día de ensayos fui el que iba más nervioso de todo el equipo, por supuesto. Fruto de mis trabajos anteriores como actor, ya sabía que hay tantas formas de dirigir un espectáculo como personas hay en el mundo. Por lo tanto, como ayudante de dirección tendría que acoplarme perfectamente a cada manera lo antes posible y aunque tenía claro que iba a ser capaz de conseguirlo, no sabía bien por dónde empezar. Allí conocí a las dos leyendas de los escenarios: Eusebio Poncela e Igor Yebra (normal que fuese nervioso el primer día), con los que iba a pasar mano a mano los siguientes tres meses. También conocí al resto del maravilloso equipo artístico que Carlota había creado para la producción de El beso de la mujer araña.

Desde un primer momento, Carlota me habló de la importancia que iba a dar al sonido en este espectáculo para crear una distancia entre la realidad y la ficción. La vida y el cine, como Manuel Puig hacía en su novela. Así fue como me volqué tanto en la ayudantía de dirección, como en facilitar lo máximo posible todo el proceso de diseño del espacio sonoro de Tagore González. ¿Cómo? Investigando cómo podríamos probar cada una de las composiciones y efectos día a día en los ensayos y así mantener un flujo de trabajo constante y productivo.

Personalmente creo que el ayudante de dirección, entre otras cosas, debe convertirse en una extensión de la cabeza del director o directora. Debe tener claro todo el proceso, los tiempos, calendarios, necesidades y contratiempos. Todo esto para que la fuerza creadora de estx no se vea interrumpida por cuestiones más mundanas. Si el ayudante puede estar tomando notas, apuntes u organizando recogidas de atrezzo, por ejemplo, se traduce en menos preocupaciones y, por lo tanto, más libertad para crear, probar, descubrir, experimentar…

Tener conocimientos técnicos también es una ventaja a la hora de desempeñar esta labor para que la comunicación sea lo más fluida posible con todo el equipo técnico y artístico. Está muy bien saber dar una directriz a un actor y tener sensibilidad para ello, pero también es necesario saber mantener una conversación con el diseñador de iluminación y entender sus propuestas. O tener en cuenta los procesos de fabricación de una escenografía y las necesidades en cuanto a utilería. O facilitar las pruebas durante los ensayos del mundo audiovisual (en caso de que exista) con nociones de edición de video y sonido.

Tras un par de arduos meses de ensayos llega la semana de montaje previa al estreno. También conocida como “la semana de los calendarios imposibles en la que lo poco que duermes tienes sueños sobre todo lo que queda por finalizar antes de la primera función”.

En este caso, nuestra primera fue en el Teatro Palacio Valdés, donde pudimos tener un montaje de cinco días intensivos para acabar de materializar las últimas ideas que quedaban en nuestras cabezas. Aunque soy un gran aficionado del proceso de ensayos, los últimos días cuando se incorporan los técnicos de la función y los días de montaje en el teatro me parecen mágicos. Algo así como la sensación de poner las últimas piezas de un puzle inmenso. Aunque esto suene idílico, hay que mantener la mente fría y estructurada en este proceso donde cada minuto es crucial. Horarios y reloj en el móvil siempre abiertos. Horas sentado en las butacas de la platea observando cómo todo se pone en pie; ayudando y atendiendo a cualquier petición por parte de todos los miembros del equipo.

Lo más duro de estos días para mí, como ayudante de dirección, es cuando no puedes hacer nada y te gustaría ser capaz de conseguir todo. Uno o dos días más de montaje para liberar presión a todos los departamentos. Conseguir facilidades. Un par de ensayos más. Que los días duren 30 horas… (Se acepta una lloradita en el baño de vez en cuando para liberar estrés.) Y lo mejor, cuando descubres que, pese a todo, con un buen equipo y mucho amor por la profesión, todo sale adelante. Y tras esa primera función viene el estreno oficial.

Teatro Bellas Artes de Madrid, 15 de septiembre: Después de tanto tiempo trabajando en El beso de la mujer araña caí en la cuenta de que nunca había visto la función entera del tirón. Siempre tomando nota, mirando el ordenador o el guion pintarrajeado a más no poder. Así que, tras dejar todo preparado y comprobar que todo está en su sitio, cuando ya no hay más que puedas hacer, llega un momento que también es parte del trabajo. Te pones un buen modelo, te encuentras en el teatro con tus compañeros de equipo, todos y cada uno de ellos. Aunque hay nervios en el aire se sienten como algo maravilloso. Te ríes y bromeas con ellos. Teatro abarrotado de público, amigos y prensa. Ves como la platea se llena poco a poco. Tú también te sientas. “Faltan tres minutos para que comience la función”. La gente lee los programas de mano y comenta, que para eso se va al teatro. Alguien saluda a otra persona al otro lado del patio de butacas. Otra persona saca una foto, posiblemente para subirla a Instagram o enviársela a alguien por Whatsapp. Y cuando menos te esperas. Se abre el telón.

¿Qué os ha parecido la aventura de Manuel tejera? Esperamos que lo hayáis disfrutado…

“Faltan tres minutos para que comience la función”. Los nervios antes de una función. En esta ocasión @manuelxtejera y @nikolasgallego1 nos traen juntos cómo fue la experiencia de Manuel Tejera como Ayudante de dirección en la obra «El beso de la mujer araña». Portagonizada por Eusebio poncela, Igor Yebra y dirigida por Carlota Ferrer.

Telón

The show must go on

El Espectáculo debe continuar

Nicolás Gallego Fernández

Manuel Tejera

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